Celestún, Yucatán
Cuando el avión de Pedro Infante cayó en Mérida, hace 60 años, y se incendió, el fuego avivó la llama del recuerdo. Pero la capital yucateca no fue su único refugio en Yucatán: en Celestún, un puerto en la costa poniente del Estado, los recuerdos del ídolo siguen jugando en la arena.. y en el aire: solía llegar en una avioneta blanca en la que más de una vez paseó a varios pobladores.
Pero un día, poco ante de su muerte, Celestún vivió primero la tragedia: el ídolo, como un marinero que decide pasar de largo en un puerto donde hay un viejo amor, se olvidó de sus amigos ¿por qué?
En 1997, cuando se cumplían 40 años de su muerte, un viaje a ese punto de la costa reveló uno de los secretos mejor guardados y quizás más dolorosos que una noche de tormenta: el día en que Pedro Infante decidió enterrar para siempre los momentos felices que pasó ahí.
Este el texto del reportaje que se publicó en el periódico Novedades de Yucatán, con apenas algunos cambios; intenta ser hoy, en su aniversario luctuoso, una luz que alumbre aunque sea un poco la historia que el ídolo de Guamúchil dejó a oscuras en la costa de sus amores: la de Yucatán.
Página del periódico Novedades de Yucatán, del 02 de abril de 1997. |
La leyenda llegó a Celestún como el mar a la playa: de varias maneras. Para unos, Pedro Infante vino a caballo, con su sombrero de vaquero, con sus botas y un overol de mezclilla, casi casi cantando “El mil amores”. Para otros, más realistas, el actor cruzó los cielos despejados en una pequeña avioneta blanca, totalmente distinta al vetusto carguero que un par de años después lo llevaría a la muerte.
Lo único cierto es que los viejos moradores del puerto coinciden en que, ya se por tierra o por aire, con ficción o sin ella, el cantor fue vecino suyo, precisamente en Isla Arena (Campeche), desde un día de 1955 en que se animó a construir una discreta cabaña, de techo de dos aguas, en la que pasó momentos de reposo y fiesta.
-Todo dependía si venía solo o acompañado -recuerda un pescador que indirectamente participó en esto que ahora parece una lejana y romántica historia.
De romántica no tuvo nada, impugna los biógrafos del fenómeno Pedro Infante, especialmente si se considera a esa isla como el punto geográfico, la zona de enlace, donde el artista recogía telas y otros artículos importados que en aquel entonces las autoridades aduanales llamaban “tráfico de fayuca”.
Las razones ya no importan. Que más da cuando en dos semanas se cumplen 40 años de a la desaparición física de esta figura, que convirtió el espectáculo popular de México en parte de espíritu nacionalista.
Una historia presente
Pedro Infante Cruz (1917-1957) se habría establecido en Mérida entre 1951 y 1952, una que su relación con la actriz yucateca Irma Dorantes se hizo pública. No son pocas las anécdotas ni los recuerdos de los años que convivió de cerca con los meridanos, sobre todo a partir de que adquirió una casa en la avenida Itzaes, la cual, desde hace varias décadas, ocupa el hotel Alfonso García.
El 15 de abril de 1957, el actor emprendió un vuelo de rutina a la Ciudad de México, pero el avión que piloteaba cayó en el patio de una humilde casa, en el sur de la ciudad, cerca de donde ahora se erige una estatua en su memoria. Con las llamas del accidente apareció también el fuego de una leyenda cuyas dimensiones encuentran frontera o límite hasta el presente.
Al menos así lo es para la gente de Celestún, pues todavía conservan con nitidez el venturoso instante en que el cantante decidió la construcción de su casa, en Isla Arena, a cuyos habitantes hizo el encargo donde hoy se erige un escuela.
El actual secretario de la Comuna de Celestún, Martín Fores Álvarez, nacido en ese lugar hay 75 años, visitante de Isla Arena por su oficio de pescador, está ya instalado en sus recuerdos
“La casa que hizo Pedro era un jacalito de techo de dos aguas, que no tenía cuartos; nada más era la casa principal, amplia y agradable; ¡ah!, pero eso sí, estaba bien ventilada, por varias puertas por donde entraba el aire”.
Literal: dejó escuela
Quien asegura que la construcción aún está en pie es la señora Clementina Solís Berzunza, vecino de la calle 12, con más de 50 años de residir en Celestún, quien relata que hace poco tiempo la casa fue habilitada como escuela primaria, “¡quién lo diría: ahora es una escuela, cuando que en un principio fue la casa que Pedro construyó casi en secreto”.
Doña Clementina reside ahora en el puerto, pero en aquellos tiempos únicamente se instaló por una corta temporada que coincidió con las anécdotas que ahora claramente recuerda.
Las historias del paso de Pedro Infante por Celestún abunda, se entremezclan, se desmienten, hasta se contradicen. Su paso, explica doña Clementina era siempre a caballo, vestido de overol de mezclilla y botas vaqueras; la gente lo esperaba para verlo pasar, rumbo a la embarcación que lo transportaba a Isla Arena, instantes suficientes para demostrarle admiración colectiva.
En realidad, Pedro Infante aterrizó en Celestún por primera vez una tarde de abril de 1955. La avioneta se deslizó sobre un prolongado arenal de la entrada principal; se apagaron los motores en unos segundo bajó de la aeronave “un hombre fuerte, con sombrero y overol”.
Enamorado de esta arena
Rápidamente, se impactó por la calidez del clima y la tranquilidad de sus pobladores que, asombrados, hicieron venias de cortesía y respeto a su paso, sin reconocerlo aún, razones suficientes para pensar en establecer ahí, con esa gente momentáneamente atónita, durante el tiempo en que no tenía actividad profesional.
El juez de paz, Reginaldo Ojeda, confirma que el cantante sólo acudía al puerto de Celestún en “su avioneta blanca”, y bajaba para departir con la gente, a la que solía pasear en al aeronave. “Él subía a la gente a su avioneta y la paseaba por toda la costa. Bajaba una y otra vez para darle vueltas a la que quisiera”. Entusiasmado añade: “Sí, cómo no: hasta llevaba a otros artistas a su casa de Isla Arena”. Los habitantes creen haber visto, entre otros, a figuras como Jorge Mistral, Miroslava, Antonio Badú y, desde luego, Irma Dorantes.
“En ocasiones, iban de pesca y hacían fiestas que duraban toda una tarde. Había pescado, frutas, música y conversación amena. Ya luego, cuando el sol se ponía, se acercaban a la playa a caminar. Fueron tiempos muy buenos, porque la población era más tranquila, apropiada para la gente famoso que sólo busca lugares para descansar del arduo trabajo que suele tener. Aquí estudió también los parlamentos de sus películas como ‘Escuela de rateros’ y ‘Pablo y Carolina’”.
¿Fayuquero?
Juan Mateo Cuéllar Carrales, estadounidense de origen mexicano e investigador de la vida de Pedro Infante, asienta en un estudio que hizo sobre las propiedades del actos que éste solamente tuvo en Mérida la casa que años después de su muerte fue convertida en hotel.
Al parecer, Cuéllar Carrales visitó Yucatán en 1988 –de acuerdo con el documento publicado en la revista Cambio 16, para América Latina- pero nunca acudió a Celestún, porque “la vida de Infante en Yucatán fue mínima: no tuvo grandes amigos ni relaciones económicas. Jamás se preocupó por adquirir propiedades. No le interesaba porque el centro de su actividad era el Distrito Federal”.
Aunque no lo dice abiertamente, Cuéllar Carrales deja entrever que Pedro Infante sólo vio en Yucatán un punto atractivos para “fayuquear”… “Entonces no tenía por qué afincarse ahí, salvo por su relación afectiva con Irma Dorantes”, subraya en alguna parte del texto.
A don Martín Flores Álvarez no le agrada mucho esta versión. Él cree que Pedro, al que conoció por radio, era distinto, como en las películas, y recala que “la casa en Isla Arena sólo la usaba para ir a tomar fresco y descansar cuando no estaba trabajando, porque era muy responsable y disciplinado. Ahí descansaba, cotorreaba el punto con la gente, sobre todo con los muchachos… cantaba para todos”.
-Yo siempre andaba de pesca, siempre estaba fuera de Celestún, y cuando en una ocasión regresé, me dijeron que vino Pedro Infante, y dije: “Mare, cómo no lo vi!, pero, pos, quién podía imaginarse que era Pedro Infante: no toda la gente lo conocía, yo sí, pero no estaba aquí –lamentó.
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Imagen tomada de Google Stree View, de la entrada de la API en Isla Arena, donde hay un museo en honor a Pedro Infante. |
Todos coinciden en que la humildad, sencillez y buen trato del cantante lo hicieron digno de la admiración tanto de la gente del puerto como de la isla, razón principal de su decisión de establecerse por temporadas en la costa yucateca, donde, inclusive, según testimonio de Ernesto Cauich Solís, nieto de doña Clementina, el famoso actor de la época de oro del cine mexicano compraba pescado para comercializarlo.
Era muy común verlo acompañado de varias personas que se aprestaban a ayudarlo a cargar varios kilos de pescado de diferentes especies: mero, pargo y hasta mariscos como camarón, calamar y caracol, que guardaba en cubos repletos de hielo, para conservarlos durante el viaje.
Aunque del tiempo en que Pedro Infante convivió con gente de Celestún e Isla Arena hay muchas historias y también muchos detalles al aire, los pobladores bien recuerda el día en que el ídolo dejó de visitar ese lugar, donde varias veces fue objeto de reconocimiento y admiración.
Otros más quisieran no recordarlo, pero la sabidiría popular resulta “ingrata” en estos casos, y las generaciones nuevas conocen de voz de los más viejos aquello que ahora, al narrarlo, provoca cierta gracia y risa nerviosa, pero que más de uno intentó olvidar en aquel tiempo.
El último día de Pedro Infante en Celestún
Cuentan que al apearse de caballo que solían prestarle para transportarse o pasearse cuando llegaba ahí, varios jóvenes se acercaron a él para corroborar si, como el pueblo entero decía, aquel personaje de vestimenta poco usual para ellos, sombrero y botas, era Pedro Infante o Pepe El Toro.
La picardía de alguno de ellos -del que poco se sabe, y que ya falleció- lo hizo tocar la parte trasera del cuerpo del cantante, en señal de incredulidad, luego de reclamarle oralmente su osadía de hacerse pasar por el ídolo, ante la algarabía de sus amigos que no tardaron en secundarlo y mofarse también de aquel hombre al que, antes de aparecérsele una sonrisa nerviosa en sus labios, se le desorbitaron los ojos por unos segundos.
Todo lo ocurrido molestó sobremanera al ídolo mexicano, por lo que a pesar del mucho cariño que tuvo por estas tierras declinó retornar de nuevo al puerto, “asustado”, dice unos, “molesto”, atajan otros.
Don Reginaldo Ojeda atribuyó el hecho al carácter fiestero y confianzudo de aquel grupo de jóvenes “relajistas” cuya duda pudo ser, en el mejor de los casos, una broma; sin embargo, ya al final de cuentas, resultó ser de mal gusto para todos, tanto para el mismo cantor como para los celestunenses, quienes recuerda claramente aquella tarde soleada con viento fresco y que en su momento se avergonzaron de aquella juventud.
Los testigos, ya fallecidos, seguramente se llevaron hasta su última morada el rostro atónito del ídolo vestido de mezclilla y botas vaqueras y las palabras pronunciadas por el inoportuno jovenzuelo sarcástico: “¿Tú eres Pedro Infante?... ¡No vaciles!”.
Un pleito sin reconciliación
Ese acontecimiento marcó la salida definitiva del lugar con el lugar con el que nunca pudo reconciliarse porque la muerte se le adelantó, y el tiempo transcurrido posterior al incidente nunca fue suficiente para olvidar aquel lamentable acontecimiento.
Después de eso, los celestunenses continuaron siendo muchas veces testigos involuntarios del paso de la avioneta blanca de Pedro Infante por cielos peninsulares, sobre todo en tardes soledas y frescas -eran las preferidas de ídolo-, pero el destino final de aquel artefacto, otrora diversión de pocos pero intrépidos porteños, nunca volvió a ser Celestún, sino Isla Arena, donde la pequeña, ventilada y apartada casa de madera que mandó construir en uno de los extremos de aquel lugar de apenas 300 habitantes permanece firme como su recuerdo.
(La edición y correción de estilo del texto original de Novedades de Yucatán corrió a cargo del periodista Joaquín Tamayo Aranda)
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