martes, 28 de noviembre de 2017

Historia: ¿Por qué Mario, un buscador de huesos de desaparecidos, llegó hasta Yucatán? (video)


Por Eduardo Vargas
Mérida, Yucatán.- Desenterrar muertos le ha dejado a Mario más huellas en la cara que en su manos: su rostro todavía se ve triste y demacrado, a pesar de que han pasado ya cinco años desde que su hermano desapareció.

Las comisuras de los labios aún se tuercen como las de un bebé cuando en su vista se sospechan las lágrimas de llanto al recordar a su hermano Tommy; y esa tristeza que hoy vive en su rostro, la explica así:

“Un familiar que se muere... pasa el tiempo y el dolor empieza a disminuir; al principio es mucho dolor, pero pasa el tiempo y ese dolor se vuelve muy chiquito, pero cuando tienes un familiar desaparecido, el tiempo sigue pasando, pero el dolor sigue creciendo” (...) Ha matado a madres, las ha enloquecido, ha acabado con familias, es algo muy destructivo tener un familiar desaparecido”, explica.

Mario Vergara, víctima de desapariciones forzadas Mario Vergara perdió a su hermano Tommy hace 5 años. Aún lo busca.

Mario Vergara Hernández, quien se autodefine como un buscador de huesos, llegó a Mérida para participar en una charla de la 4a Jornada de Derechos Humanos, y marcó diferencia desde su entrada al recinto, con su silencio sepulcral y con las fotos -en mantas- que colocó en el escenario.

Puso las  imágenes como cuando uno coloca los rostros de sus seres queridos en portarretratos en una nueva oficina; aunque, en realidad, las fotos de Mario eran muy diferentes:  no sólo aparecía con sus familiares sino que mostraban sus andanzas en las cercanías de Huitzuco, Guerrero -donde hoy vive y donde su hermano fue secuestrado- buscando muertos.

Aquí no hay portarretratos que sostengan imágenes, sino piedras, sí, muy parecidas a las que Mario suele quitar cuando escarba la tierra, como un sabueso, para sacar huesos en parajes solitarios, fosas clandestinas, entierros ilegales, en lugares invisibles en los mapas.

Con piedras, Mario Vergara colocó mantas en el auditorio de la Universidad Vizcaya, en Mérida.
Con piedras, Mario Vergara colocó mantas en el auditorio de la Universidad Vizcaya, en Mérida.
“Imprimí una fotos para que ustedes se las lleven y no se olviden”, les explicó a los asistentes a la charla, quienes en realidad habían llegado ahí para escuchar a Omar García, un exestudiante de la normal rural “Isidro Burgos”, de Ayotzinapa, excompañero de Los 43, desaparecidos en septiembre de 2014. Mario los conquistó porque de veras parecía que la hacía falta algo.

Un oficio no deseado, pero necesario


Cuenta Mario que, como muchos otros familiares de los más de 30 mil desaparecidos que organizaciones civiles aseguran que hay en México, ha tenido que aprender a exhumar restos humanos; busca ponerle un punto final a la historia de un ser humano que alguna vez tuvo nombre y apellido, pero que hoy -se queja- no más que una cifra, un número, para el Gobierno.

Pero no hay otra forma de dejar memoria que los números: son ya 200 muertos encontrados en las inmediaciones de Iguala, Guerrero, sitio en el que desaparecieron los estudiantes normalistas, hecho que despertó en Mario la esperanza de encontrar a su hermano.

Otra cifra más, contundente y lapidaria a la vez: 3,000 huesos o parte de ellos… pero “ninguno es mi hermano”, aclara Mario, quien no pierde la esperanza de hallar a Tomás, el mayor de cuatro en la familia Vergara Hernández, secuestrado por alguna de las bandas que han sentado su reales en un pueblo que “es chico, con terrenos grandes” donde las familias se dividen la tierra y comparten la vida cotidiana.

Sus palabras, ese coraje que muestra cuando habla de oficio no elegido, rememoran un poema...
Quiero escarbar la tierra con los dientes,
quiero apartar la tierra parte a parte a dentelladas secas y calientes.
Quiero minar la tierra hasta encontrarte
y besarte la noble calavera y desamordazarte y regresarte.
(Elegía a Ramón Cijé/Miguel Hernández)

En entrevista, Mario dice que le bastaría con uno de los 209 huesos que tienen el cuerpo de su hermano para devolverle a su madre la felicidad, porque no hay día ni hora en que ella no “piense” a su hijo mayor, a quien pretende encontrar cueste lo que cueste.

Sólo así, dice, Mario, “cuando tengamos un lugar dónde llevarle flores, donde platicar con él, podremos descansar nuestros corazones... Yo le digo: ‘mamá, pero estamos (tus otros hijos)... a lo mejor nos maten a buscar mi hermano Tommy’. (Pero ella responde): ‘Bueno, ya no lo busques tú, pero yo seguiré buscando a mi hijo’". 

No en vano, ese rostro marcado por la tragedia, también revela miedo, ése que lo hace actuar “como suricata”: sale a la calle y si ve a alguien “feo, que le causa desconfianza”, mejor se regresa. Pero ahora está en una entidad segura, y así lo expresa, cuando dice que sueña con que algún día México sea como Yucatán.

Aquí puede caminar tranquilo y, tal vez por esa calma que hoy vive, muy diferente a la de su lugar de origen, lleva las piedras con las que “fijó” las mantas que cubrían el escenario del auditorio universitario.

Las mantas de Mario Vergara eran elocuentes: su incansable lucha por los desaparecidos en México.
Las mantas de Mario Vergara eran elocuentes: su incansable lucha por los desaparecidos en México.
Baja las escaleras sin prisa para colocar las piedras en la tierra, en un acto que se le ha vuelto costumbre, aunque esta vez es a la inversa porque normalmente las quita para escarbar. No le importa cuánto pesan, porque incluso pesa más el dolor su hermano desaparecido que todos los huesos encontrados.

Nada le roba hoy la tranquilidad, aunque minutos antes había advertido a los estudiantes que  la delincuencia no tardará en llegar a Yucatán e instalarse como lo ha hecho en el resto del país, que “se ha convertido en una enorme fosa clandestina”.

Así, a pesar de que esa “fosa clandestina” mide 2 millones de kilómetros cuadrados, a pesar de que no tienen ni un pista de dónde puede estar enterrado su hermano, a pesar de que el tiempo va en su contra, Mario cree que cada vez está más cerca de Tommy, y por una muy buena razón, inobjetable a la luz de los acontecimientos recientes: En México, “es más fácil encontrar un muerto que encontrar justicia”... 

miércoles, 1 de noviembre de 2017

Don 'Pil', el jardinero de los muertos (video)



Por Eduardo Vargas Marín

MÉRIDA, Yuc.-Sentado sobre una tumba de material gris que simula granito, en el cementerio Xoclán, el más grande de Mérida, Yucatán, un anciano golpea de pronto la lápida y dice: “Son mis clientes (...) los conozco a todos”...

No, no está loco: 30 de esas bóvedas están bajo su cuidado y no sólo las limpia y las pinta para Día de Muertos, sino que, durante todo el año, también coloca flores en los escasos floreros de algunas; incluso siembra plantas donde parece imposible: por ejemplo, en el angosto espacio de apenas cuatro dedos de ancho entre la tumba y la "delgada" calle de cemento que sólo permite el tránsito de personas si van en fila india.

Don “Pil”, como los conocen sus clientes -claro, los vivos-, con un accidentado español por su acostumbrado acento de habla maya, raspa con una lija, una y otra vez, la figura de relieve que simula un libro y el sonido rompe el silencio, a veces sepulcral, del panteón con 33,000 bóvedas.

Personaje imaginable en un cementerio, el hombre, de 83 años de edad, lleva más de 30 trabajando ahí, primero para el Ayuntamiento, y luego, desde unos años para acá, “por su cuenta”; dice que dejó de ser empleado municipal porque, dice, un día un “hombre malo” quería llevárselo a "barrer calles", tan sólo para que el anciano cumpliera su ciclo de trabajo y pudiera pensionarse.

Pero don "Pil" no aceptó la propuesta. Decidió quedarse ahí en el camposanto hasta el fin de sus días, para limpiar, pintar y adornar con plantas las bóvedas, a cambio unos 50 pesos, prácticamente una limosna para quien tanto necesita. A veces, dice, recibe un poco más, cuando los deudos se acuerdan de sus muertos y acuden a visitarlos. Entonces,  al anciano hombre le pagan “todo el mes junto”: 200 o 300 pesos.


Pero eso no le alcanza para vivir y quizás tampoco para morir, pues una "renta" de bóveda cuesta dos mil pesos, por tres años, en el panteón donde trabaja. Sin embargo, no se queja, ni siquiera porque gasta 32 pesos en pasajes de autobús para llegar por la mañana a su centro de trabajo y regresar a casa por la tarde.

Para don "Pil", en octubre y noviembre, hay días muy buenos, porque la gente acude en mayor medida y frecuencia a los panteones, por el Día de Muertos; lo sabe y se afana: arregla y pinta las tumbas y cobra según el tamaño: simples, así “planas”, 400 pesos. Adornadas, con esculturas, herrería y hasta techos, 1,000 pesos.

Pero también sabe que limpiar las lápidas puede no dejarle ni siquiera para comer: muchas de las tumbas que lo rodean están abandonadas por los vivos, y es imposible saber si algún día regresarán.

Eso sí, está consciente de que nunca faltarán "clientes”, que cada día llegan más, y que él estará dispuesto a cuidarlos, porque, mientras viva, su voluntad de servir nunca morirá...


(El texto original fue publicado por el autor en el sitio web LECTORMX.com)

lunes, 14 de agosto de 2017

La Mamá de los Cocodrilos vive en Yucatán (videos)



En el parador turístico "Itzamkanac", en Río Lagartos, Elmy Marfil Marrufo administra (es tesorera) la granja de cría de cocodrilos moreletti, desde que en 2012 el lugar abrió sus puertas para preserva la especie. (Foto: Eduardo Vargas/lectox.mx)
Eduardo Vargas
Río Lagartos, Yucatán

Elmy está montada sobre un cocodrilo que, de la cola al hocico, es más grande que ella con su metro y medio de estatura; incluso sus manos son más pequeñas que las garras de la bestia con sus afiladas uñas…

Lo único que en común tiene esta domadora con los cocodrilos es su alba dentadura...

Elmy Marfil Marrufo,La Mamá de los Cocodrilos”, prácticamente vive en la granja Itzamkanac”, en Río Lagartos, a 216 kilómetros de Mérida, Yucatán, donde, junto con unas 15 personas más, cuida de más de 360 animales, entre adultos y jóvenes, a los que trata como hijos.

Minutos antes de montar al cocodrilo, la mujer había cerrado a la fuerza, con cinta de aislar, las dentadas fauces de otro cocodrilo hembra, con tal facilidad que parecía que enrollaba una bola de estambre, para que la bestia, recién parida, no atacara a las más de 40 personas que se encontraban cerca y que presenciaban la recolección de huevos.




La también tesorera de la granja le tienen tanto amor a los animales que cuida, que cuando los cocodrilos dejan ese lugar, liberados a la naturaleza para repoblar la especie -uno de los objetivos del proyecto-, o cuando alguien los adquiere para la crianza en otras granjas, Elmy llora, sí, llora de tristeza, como cuando los hijos se van...



Pero no sólo llora de tristeza sino por la preocupación, y lo explica así: “En la vida silvestre no tienen quién los cuide”, dice, mientras se toma un descanso tras la colecta de huevos 2017 en la que sacaron 145 potenciales crías, algunas de los cuales eclosionaron (brotaron) prácticamente en las manos de los recolectores.

Da por hecho que, en la granja, los cocodrilos están mejor cuidados que en las bajas selvas de verde intenso de Yucatán: ahí, de 100 huevos que ponen, 95 se pierden; bajo el cuidado de Elmy y sus compañeros, la proporción es exactamente la contraria: 95 se logran y en promedio cinco mueren.

Para ser “La Mamá de los cocodrilos”, Elmy dejó, a los 38 años de edad, un trabajo de oficina en el que estuvo 12 años, y decidió darle un cambio radical a su vida, tal como si se hubiera casado; pero en vez de administrar un hogar de humanos, llegó a poner orden a la granja de cocodrilos, en 2012.




En el inicio del proyecto “Iztamkanac”, la cooperativa recibió dos millones de pesos de apoyo del Gobierno federal, para adquirir 30 cocodrilos de una granja ya consolidada en Campeche; trajeron 25 hembras y cinco machos, y tras el primer apareamiento, fue Elmy quien recibió a las crías.

Para lograrlo, con sus propias manos, en el año 2012, cuando inició la granja, apoyada por sus compañeros, que inmovilizaron y taparon los ojos a las hembras para que no vieran lo que ocurría, Elmy desenterró los huevos que las cocodrilas habían puesto dentro de una montaña de tierra.

Así, cada año, entre los meses de julio y agosto, los integrantes de la cooperativa recolectaron huevos, vieron nacer a los lagartos, los alimentaron y, gracias esta labor, han recuperado unos 800 lagartos y prácticamente lograron salvar la especie moreletti -típica de la región- que durante algunos años literalmente vivió en la orilla de la extinción.

Elmy, como buena mamá de los cocodrilos, lo sabe todo; incluso es capaz de “controlar” el sexo de los animales: una vez sacados los huevos del nido, los colocan en cubetas, los cubren con la misma tierra del lugar donde los sacaron y, por medio de la temperatura, los hacen machos o hembras: 33 grados es la clave; si está más alta, es hembra; si es más baja, macho.

Domina, incluso, el sistema matemático para marcar a los ejemplares, uno de los requisitos para el control del repoblamientos de la especie. Tijera en mano, Elmy explica paso a paso, como si fuera un código maya, el procedimiento para poner número, en la cola, a cada uno de los lagartos jóvenes.




Este marcaje, en la Unidad de Manejo Ambiental (Uma) de Río Lagartos, se hace cuando cuando el animal tiene apenas 2 años, aunque su mordida ya puede arrancar de cuajo un dedo humano.

Después de unas tres horas de ardua labor, ayudando a inmovilizar a las cocodrilas, escarbando la tierra para sacar los huevos, explicando el ciclo de vida de las bestias, Elmy todavía tiene fuerzas para demostrar, una vez más, por qué es una domadora de los cocodrilos…

Cubeta en mano, y con tan sólo un largo palo para “azuzar” al “rey de la reserva”, Elmy llama a “Goliat”, un cocodrilo que, en tamaño es 2.5 veces más largo que ella y quizás 6 veces más pesado: 4 metros y 400 kilos. El lagarto sabe que es hora de comer, y sale de su voluntario “encierro” bajo el agua, muestra sus fauces y recibe carne fresca.




Aunque esta vez, Elmy no va sola, sino acompañada del delegado de Semarnat, Carlos Berlín, ella no tendría miedo de hacerlo sola.

La escena puede ser una moderna versión de La Bella y la Bestia, porque Goliat “sucumbe” ante la voz de Elmy, y ella lo alimenta tan cerca, que quienes lo presenciamos no necesitamos ser tan perspicaces para advertir que la mujer también es capaz de mostrarle eso que ambos tiene en común: los dientes… pero para sonreír.

(Puede tener cambios en comparación con el original, publicado en lector.mx)

viernes, 11 de agosto de 2017

Noche de lágrimas, estrellas fugaces y "fantasmas", en Yucatán


Esta noche y mañana por la noche podrá observarse la lluvia de estrellas en Yucatán. Es conocida como "Lágrimas de San Lorenzo. (Foto: NASA)

MÉRIDA, Yuc.- Lo que verás esta noche caer desde la bóveda celeste no son las lágrimas de San Lorenzo, aunque así se le llama por la época…

Tampoco verás las estrellas caer; ellas permanecen donde están, al menos donde hoy las ves…

¿Y aparecerá algún fantasma? No, tampoco. Sucede que el astrónomo yucateco Eddie Salazar Gamboa califica la lluvia de estrellas como “el fantasma” de los cometas.

Entonces ¿qué es la lluvia de estrellas de esta noche?

Eddie Salazar Gamboa explica que lo que en realidad cae son meteoritos, generalmente pequeños, que no rebasan, en su mayor dimensión, el tamaño de un balón de futbol, y que derivan de restos de cometas.

Los cometas son cuerpos celestes que “recorren” el Espacio y, por razones aún desconocidas, entran al sistema solar desde el principio de la creación, cuando se acercan al Sol y luego se alejan se forma su “cauda” o cola, de la cual se desprenden.

Esos fragmentos “caen”, atraídos por la fuerza de gravedad de la Tierra, y al atravesar la atmósfera se encienden y esa luz es la que los humanos vemos. En realidad, dice Eddie Salazar Gamboa, la lluvia de estrellas son “el fantasma de los cometas”.

¿Por qué se les llama Lágrimas de San Lorenzo?

Esta denominación obedece a una tradición católica, ya que el 10 de agosto es el día de ese Santo, y en algunos lugares hay festividades en honor a él, por eso se le bautizó de esa forma. La denomiación “Perseidas” se la dan los especialistas, quienes siguen la trayectoria de los cometas, y creen que provienen de esa constelación de Perseo.

¿Sólo tres días puede verse la lluvia de estrellas?

No, en realidad, la lluvia empezó el 25 de julio y termina el 22 de agosto, tiempo en el que la Tierra “atravesará” en la “nube” de polvo que generó el cometa Swift-Tuttle, o más bien, su cola o cauda.

¿Las estrellas (meteoritos) caen en la Tierra?

Sí, pero todo depende del tamaño, explica Eddie Salazar. Las que “logran” caer en el planeta Tierra lo hacen principalmente en los polos, y también sobre el agua de mar. Sin embargo, los cazadores de meteoritos suelen acudir a los polos a buscarlos y los encuentran sobre el hielo.

¿Necesito algún instrumento especial para verlo?

No, lo único que requieres es busca un lugar alejado de las ciudades, donde el “cáncer lumínico”, dificulta la observación, explica Eddie Salazar Gamboa, también catedrático del Instituto Tecnológico de Mérida (ITM).

Los días, o más bien, la noches óptimas para verla son este viernes por la noche y madrugada, y mañana sábado por la noche y madrugada del domingo.

(Información tomada de lector.mx)

sábado, 15 de abril de 2017

El secreto mejor guardado de Pedro Infante en Yucatán

Eduardo Vargas
Celestún, Yucatán

Cuando el avión de Pedro Infante cayó en Mérida, hace 60 años, y se incendió, el fuego avivó la llama del recuerdo. Pero la capital yucateca no fue su único refugio en Yucatán: en Celestún, un puerto en la costa poniente del Estado, los recuerdos del ídolo siguen jugando en la arena.. y en el aire: solía llegar en una avioneta blanca en la que más de una vez paseó a varios pobladores.
Pero un día, poco ante de su muerte, Celestún vivió primero la tragedia: el ídolo, como un marinero que decide pasar de largo en un puerto donde hay un viejo amor, se olvidó de sus amigos ¿por qué?
En 1997, cuando se cumplían 40 años de su muerte, un viaje a ese punto de la costa reveló uno de los secretos mejor guardados y quizás más dolorosos que una noche de tormenta: el día en que Pedro Infante decidió enterrar para siempre los momentos felices que pasó ahí.
Este el texto del reportaje que se publicó en el periódico Novedades de Yucatán, con apenas algunos cambios; intenta ser hoy, en su aniversario luctuoso, una luz que alumbre aunque sea un poco la historia que el ídolo de Guamúchil dejó a oscuras en la costa de sus amores: la de Yucatán.


Página del periódico Novedades de Yucatán, del 02 de abril de 1997.


La leyenda llegó a Celestún como el mar a la playa: de varias maneras. Para unos, Pedro Infante vino a caballo, con su sombrero de vaquero, con sus botas y un overol de mezclilla, casi casi cantando “El mil amores”. Para otros, más realistas, el actor cruzó los cielos despejados en una pequeña avioneta blanca, totalmente distinta al vetusto carguero que un par de años después lo llevaría a la muerte.

Lo único cierto es que los viejos moradores del puerto coinciden en que, ya se por tierra o por aire, con ficción o sin ella, el cantor fue vecino suyo, precisamente en Isla Arena (Campeche), desde un día de 1955 en que se animó a construir una discreta cabaña, de techo de dos aguas, en la que pasó momentos de reposo y fiesta.

-Todo dependía si venía solo o acompañado -recuerda un pescador que indirectamente participó en esto que ahora parece una lejana y romántica historia.

De romántica no tuvo nada, impugna los biógrafos del fenómeno Pedro Infante, especialmente si se considera a esa isla como el punto geográfico, la zona de enlace, donde el artista recogía telas y otros artículos importados que en aquel entonces las autoridades aduanales llamaban “tráfico de fayuca”.

Las razones ya no importan. Que más da cuando en dos semanas se cumplen 40 años de a la desaparición física de esta figura, que convirtió el espectáculo popular de México en parte de espíritu nacionalista.


Una historia presente


Pedro Infante Cruz (1917-1957) se habría establecido en Mérida entre 1951 y 1952, una que su relación con la actriz yucateca Irma Dorantes se hizo pública. No son pocas las anécdotas ni los recuerdos de los años que convivió de cerca con los meridanos, sobre todo a partir de que adquirió una casa en la avenida Itzaes, la cual, desde hace varias décadas, ocupa el hotel Alfonso García.

El 15 de abril de 1957, el actor emprendió un vuelo de rutina a la Ciudad de México, pero el avión que piloteaba cayó en el patio de una humilde casa, en el sur de la ciudad, cerca de donde ahora se erige una estatua en su memoria. Con las llamas del accidente apareció también el fuego de una leyenda cuyas dimensiones encuentran frontera o límite hasta el presente.

Al menos así lo es para la gente de Celestún, pues todavía conservan con nitidez el venturoso instante en que el cantante decidió la construcción de su casa, en Isla Arena, a cuyos habitantes hizo el encargo  donde hoy se erige un escuela.

El actual secretario de la Comuna de Celestún, Martín Fores Álvarez, nacido en ese lugar hay 75 años, visitante de Isla Arena por su oficio de pescador, está  ya instalado en sus recuerdos
“La casa que hizo Pedro era un jacalito de techo de dos aguas, que no tenía cuartos; nada más era la casa principal, amplia y agradable; ¡ah!, pero eso sí, estaba bien ventilada, por varias puertas por donde entraba el aire”.


Literal: dejó escuela


Quien asegura que la construcción aún está en pie es la señora Clementina Solís Berzunza, vecino de la calle 12, con más de 50 años de residir en Celestún, quien relata que hace poco tiempo la casa fue habilitada como escuela primaria, “¡quién lo diría: ahora es una escuela, cuando que en un principio fue la casa que Pedro construyó casi en secreto”.

Doña Clementina reside ahora en el puerto, pero en aquellos tiempos únicamente se instaló por una corta temporada que coincidió con las anécdotas que ahora claramente recuerda.

Las historias del paso de Pedro Infante por Celestún abunda, se entremezclan, se desmienten, hasta se contradicen. Su paso, explica doña Clementina era siempre a caballo, vestido de overol de mezclilla y botas vaqueras; la gente lo esperaba para verlo pasar, rumbo a la embarcación que lo transportaba a Isla Arena, instantes suficientes para demostrarle admiración colectiva.

En realidad, Pedro Infante aterrizó en Celestún por primera vez una tarde de abril de 1955. La avioneta se deslizó sobre un prolongado arenal de la entrada principal; se apagaron los motores en unos segundo bajó de la aeronave “un hombre fuerte, con sombrero y overol”.


Enamorado de esta arena


Rápidamente, se impactó por la calidez del clima y la tranquilidad de sus pobladores que, asombrados, hicieron venias de cortesía y respeto a su paso, sin reconocerlo aún, razones suficientes para pensar en establecer ahí, con esa gente momentáneamente atónita, durante el tiempo en que no tenía actividad profesional.

El juez de paz, Reginaldo Ojeda, confirma que el cantante sólo acudía al puerto de Celestún en “su avioneta blanca”, y bajaba para departir con la gente, a la que solía pasear en al aeronave. “Él subía a la gente a su avioneta y la paseaba por toda la costa. Bajaba una y otra vez para darle vueltas a la que quisiera”. Entusiasmado añade: “Sí, cómo no: hasta llevaba a otros artistas a su casa de Isla Arena”. Los habitantes creen haber visto, entre otros, a figuras como Jorge Mistral, Miroslava, Antonio Badú y, desde luego, Irma Dorantes.

“En ocasiones, iban de pesca y hacían fiestas que duraban toda una tarde. Había pescado, frutas, música y conversación amena. Ya luego, cuando el sol se ponía, se acercaban a la playa a caminar. Fueron tiempos muy buenos, porque la población era más tranquila, apropiada para la gente famoso que sólo busca lugares para descansar del arduo trabajo que suele tener. Aquí estudió también los parlamentos de sus películas como ‘Escuela de rateros’ y ‘Pablo y Carolina’”.


¿Fayuquero?


Juan Mateo Cuéllar Carrales, estadounidense de origen mexicano e investigador de la vida de Pedro Infante, asienta en un estudio que hizo sobre las propiedades del actos que éste solamente tuvo en Mérida la casa que años después de su muerte fue convertida en hotel.

Al parecer, Cuéllar Carrales visitó Yucatán en 1988 –de acuerdo con el documento publicado en la revista Cambio 16, para América Latina- pero nunca acudió a Celestún, porque “la vida de Infante en Yucatán fue mínima: no tuvo grandes amigos ni relaciones económicas. Jamás se preocupó por adquirir propiedades. No le interesaba porque el centro de su actividad era el Distrito Federal”.

Aunque no lo dice abiertamente, Cuéllar Carrales deja entrever que Pedro Infante sólo vio en Yucatán un punto atractivos para “fayuquear”… “Entonces no tenía por qué afincarse ahí, salvo por su relación afectiva con Irma Dorantes”, subraya en alguna parte del texto.

A don Martín Flores Álvarez no le agrada mucho esta versión. Él cree que Pedro, al que conoció por radio, era distinto, como en las películas, y recala que “la casa en Isla Arena sólo la usaba para ir a tomar fresco y descansar cuando no estaba trabajando, porque era muy responsable y disciplinado. Ahí descansaba, cotorreaba el punto con la gente, sobre todo con los muchachos… cantaba para todos”.

-Yo siempre andaba de pesca, siempre estaba fuera de Celestún, y cuando en una ocasión regresé, me dijeron que vino Pedro Infante, y dije: “Mare, cómo no lo vi!, pero, pos, quién podía imaginarse que era Pedro Infante: no toda la gente lo conocía, yo sí, pero no estaba aquí –lamentó.


Imagen tomada de Google Stree View, de la entrada de la API en Isla Arena, donde hay un museo en honor a Pedro Infante.
Compra-venta de pescados y mariscos
Todos coinciden en que la humildad, sencillez y buen trato del cantante lo hicieron digno de la admiración tanto de la gente del puerto como de la isla, razón principal de su decisión de establecerse por temporadas en la costa yucateca, donde, inclusive, según testimonio de Ernesto Cauich Solís, nieto de doña Clementina, el famoso actor de la época de oro del cine mexicano compraba pescado para comercializarlo.

Era muy común verlo acompañado de varias personas que se aprestaban a ayudarlo a cargar varios kilos de pescado de diferentes especies: mero, pargo y hasta mariscos como camarón, calamar y caracol, que guardaba en cubos repletos de hielo, para conservarlos durante el viaje.

Aunque del tiempo en que Pedro Infante convivió con gente de Celestún e Isla Arena hay muchas historias y también muchos detalles al aire, los pobladores bien recuerda el día en que el ídolo dejó de visitar ese lugar, donde varias veces fue objeto de reconocimiento y admiración.

Otros más quisieran no recordarlo, pero la sabidiría popular resulta “ingrata” en estos casos, y las generaciones nuevas conocen de voz de los más viejos aquello que ahora, al narrarlo, provoca cierta gracia y risa nerviosa, pero que más de uno intentó olvidar en aquel tiempo.


El último día de Pedro Infante en Celestún


Cuentan que al apearse de caballo que solían prestarle para transportarse o pasearse cuando llegaba ahí, varios jóvenes se acercaron a él para corroborar si, como el pueblo entero decía, aquel personaje de vestimenta poco usual para ellos, sombrero y botas, era Pedro Infante o Pepe El Toro.

La picardía de alguno de ellos -del que poco se sabe, y que ya falleció- lo hizo tocar la parte trasera del cuerpo del cantante, en señal de incredulidad, luego de reclamarle oralmente su osadía de hacerse pasar por el ídolo, ante la algarabía de sus amigos que no tardaron en secundarlo y mofarse  también de aquel hombre al que, antes de aparecérsele una sonrisa nerviosa en sus labios, se le desorbitaron los ojos por unos segundos. 

Todo lo ocurrido molestó sobremanera al ídolo mexicano, por lo que a pesar del mucho cariño que tuvo por estas tierras declinó retornar de nuevo al puerto, “asustado”, dice unos, “molesto”, atajan otros.

Don Reginaldo Ojeda atribuyó el hecho al carácter fiestero y confianzudo de aquel grupo de jóvenes “relajistas” cuya duda pudo ser, en el mejor de los casos, una broma; sin embargo, ya al final de cuentas, resultó ser de mal gusto para todos, tanto para el mismo cantor como para los celestunenses, quienes recuerda claramente aquella tarde soleada con viento fresco y que en su momento se avergonzaron de aquella juventud.

Los testigos, ya fallecidos, seguramente se llevaron hasta su última morada el rostro atónito del ídolo vestido de mezclilla y botas vaqueras y las palabras pronunciadas por el inoportuno jovenzuelo sarcástico: “¿Tú eres Pedro Infante?... ¡No vaciles!”.


Un pleito sin reconciliación


Ese acontecimiento marcó la salida definitiva del lugar con el lugar con el que nunca pudo reconciliarse porque la muerte se le adelantó, y el tiempo transcurrido posterior al incidente nunca fue suficiente para olvidar aquel lamentable acontecimiento.

Después de eso, los celestunenses continuaron siendo muchas veces testigos involuntarios del paso de la avioneta blanca de Pedro Infante por cielos peninsulares, sobre todo en tardes soledas y frescas -eran las preferidas de ídolo-, pero el destino final de aquel artefacto, otrora diversión de pocos pero intrépidos porteños, nunca volvió a ser Celestún, sino Isla Arena, donde la pequeña, ventilada y apartada casa de madera que mandó construir en uno de los extremos de aquel lugar de apenas 300 habitantes permanece firme como su recuerdo.

(La edición y correción de estilo del texto original de Novedades de Yucatán corrió a cargo del periodista Joaquín Tamayo Aranda)