Por Eduardo Vargas
Mérida, Yucatán.- Desenterrar muertos le ha dejado a Mario más huellas en la cara que en su manos: su rostro todavía se ve triste y demacrado, a pesar de que han pasado ya cinco años desde que su hermano desapareció.
Las comisuras de los labios aún se tuercen como las de un bebé cuando en su vista se sospechan las lágrimas de llanto al recordar a su hermano Tommy; y esa tristeza que hoy vive en su rostro, la explica así:
“Un familiar que se muere... pasa el tiempo y el dolor empieza a disminuir; al principio es mucho dolor, pero pasa el tiempo y ese dolor se vuelve muy chiquito, pero cuando tienes un familiar desaparecido, el tiempo sigue pasando, pero el dolor sigue creciendo” (...) Ha matado a madres, las ha enloquecido, ha acabado con familias, es algo muy destructivo tener un familiar desaparecido”, explica.

Mario Vergara Hernández, quien se autodefine como un buscador de huesos, llegó a Mérida para participar en una charla de la 4a Jornada de Derechos Humanos, y marcó diferencia desde su entrada al recinto, con su silencio sepulcral y con las fotos -en mantas- que colocó en el escenario.
Puso las imágenes como cuando uno coloca los rostros de sus seres queridos en portarretratos en una nueva oficina; aunque, en realidad, las fotos de Mario eran muy diferentes: no sólo aparecía con sus familiares sino que mostraban sus andanzas en las cercanías de Huitzuco, Guerrero -donde hoy vive y donde su hermano fue secuestrado- buscando muertos.
Aquí no hay portarretratos que sostengan imágenes, sino piedras, sí, muy parecidas a las que Mario suele quitar cuando escarba la tierra, como un sabueso, para sacar huesos en parajes solitarios, fosas clandestinas, entierros ilegales, en lugares invisibles en los mapas.
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Con piedras, Mario Vergara colocó mantas en el auditorio de la Universidad Vizcaya, en Mérida. |
Un oficio no deseado, pero necesario
Cuenta Mario que, como muchos otros familiares de los más de 30 mil desaparecidos que organizaciones civiles aseguran que hay en México, ha tenido que aprender a exhumar restos humanos; busca ponerle un punto final a la historia de un ser humano que alguna vez tuvo nombre y apellido, pero que hoy -se queja- no más que una cifra, un número, para el Gobierno.
Pero no hay otra forma de dejar memoria que los números: son ya 200 muertos encontrados en las inmediaciones de Iguala, Guerrero, sitio en el que desaparecieron los estudiantes normalistas, hecho que despertó en Mario la esperanza de encontrar a su hermano.
Otra cifra más, contundente y lapidaria a la vez: 3,000 huesos o parte de ellos… pero “ninguno es mi hermano”, aclara Mario, quien no pierde la esperanza de hallar a Tomás, el mayor de cuatro en la familia Vergara Hernández, secuestrado por alguna de las bandas que han sentado su reales en un pueblo que “es chico, con terrenos grandes” donde las familias se dividen la tierra y comparten la vida cotidiana.
Sus palabras, ese coraje que muestra cuando habla de oficio no elegido, rememoran un poema...
Quiero escarbar la tierra con los dientes,
quiero apartar la tierra parte a parte a dentelladas secas y calientes.
Quiero minar la tierra hasta encontrarte
y besarte la noble calavera y desamordazarte y regresarte.
(Elegía a Ramón Cijé/Miguel Hernández)
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Las mantas de Mario Vergara eran elocuentes: su incansable lucha por los desaparecidos en México. |