miércoles, 25 de noviembre de 2015

La 'eva' que Fidel Castro embargó en Yucatán

Lía, entre revolucionarios (Foto: Lía Cámara)

Eduardo Vargas
Mérida, Yucatán

Tan sólo cuatro años antes de llegar triunfal a La Habana en 1959, Fidel Castro causó una auténtica revolución de amor en Lía Cámara Blum, su ‘novia’ yucateca, quien hoy, 60 años después, sentada en la sala de la misma casa en la que recibió, junto con su familia, al comandante en ciernes, piensa que él no la recordaría aunque la viera a los ojos.

Pero Lía no olvida que, desde aquel septiembre de 1955 cuando lo descubrió en el acto de sentarse para que le lustraran los zapatos, en el parque central de Valladolid, Yucatán, a ella, Cuba se le instaló de tal forma en el corazón que no sólo fue a luchar por la causa ideológica sino que arriesgó su vida al visitar la legendaria Sierra Maestra, en un jeep, acompañada de barbudos desconocidos que le enseñaron a disparar armas como metralleta y fusil.

Por si fuera poco, Lía se casó, pocos meses después de aquel frenético viaje a la isla, con un cubano con quien procreó una pareja, Lía y Pedro, que heredaron apellido y sangre antillanos.

La verdad es que, desde su primer ‘contacto’ a mediados de los años 50, Lía nunca se sacudió a Cuba, al contrario, la padeció y amó en circunstancias a veces contrapuestas, en una larga vida que no cambiaría por nada, porque -dice- “tuvo un resultado bueno”: su familia, de la que sólo sobreviven ella y su hijo Pedro; Lía y Alberto -padre de sus hijos- ya fallecieron.

En una pausa de sábado, horas después de concluida la visita del hermano de Fidel, y presidente de Cuba, Raúl Castro, en entrevista, Lía se sincera:

“¿Por qué nos empezamos a llevar? ¡Porque nos gustamos, estábamos jóvenes, hubo una atracción!”, evoca la profesora que, en su momento, esperó algo más que una amistad de Fidel, pero que sólo recibió una declaración de un calibre mucho mayor al del arma que el joven apuesto transportaba en un viejo estuche parecido al de un violín: “Soy divorciado y tengo un hijo”; la confesión tuvo la misma eficacia que una bala: mató la ilusión de la maestra yucateca que prefirió olvidarse de deshojar la margarita y dedicarse a sembrar el conocimiento.

Meses después del triunfo de la Revolución Cubana, Lía viajó a la Isla invitada por el Gobierno socialista para participar en el Congreso de Juventudes Latinoamericanas -creado para hablar de los porqués del movimiento armado-, en junio de 1960, en donde prácticamente se codeó con líderes revolucionarios como Camilo Cienfuegos y Celia Sánchez.

Pero también se encontró con la segunda historia de amor con un cubano: Alberto Maceo Sariol, con quien había mantenido una “amistad epistolar” por unos cuatro años; ahí, en el frenesí del Carnaval de Santiago de Cuba, Lía aceptó ser su esposa. Regresó a Mérida con la noticia de que se casaba y ¡con un cubano!

En medio de la fugaz organización de un boda como segundo capítulo de un corto noviazgo de apenas seis meses, el ‘divorcio’ Cuba-Estados Unidos le ganó a la unión Lía-Alberto. La profesora se quedó, por unos meses, como novia de pueblo: vestida y alborotada, y no le quedó más que guardar su atuendo y esperar.

Pero los días pasaron y la desesperación se volvió desayuno, comida y cena de la maestra, así que tomó una decisión: casarse por lo civil en Mérida, pero sin su futuro marido. Lo logró gracias a una carta poder y con su padre, Pedro Cámara Lara, como representante de su esposo.

Lía Cámara Blum, la 'novia' yucateca de Fidel Castro habla, 60 años después, del romance. (Eduardo Vargas)


Así consiguió la visa norteamericana y viajó para la boda religiosa, en el templo de St Ann, en Cleveland, Ohio, en enero de 1961. Vivió en esa ciudad por un año hasta que, a petición de su padres, la maestra volvió a Mérida esta vez casada y embarazada.

A su llegada como esposos y futuros papás, Lía compró una casa en el popular fraccionamiento Pensiones, al poniente de Mérida, y a su esposo le consiguieron un empleo en un hotel. Alberto no quedó del todo conforme y, con el tiempo, decidió adquirir y trabajar granja avícola en Umán, municipio conurbado de Mérida, en el que Lía atendía el primer jardín de niños fundado por ella.

Pero nada funcionó. Simplemente, el esposo de la profesora no quería estar en México y ni siquiera el ayudar a sus paisanos, que arribaban en balsas a Yucatán, a llegar a Estados Unidos, lo mantuvo aquí.

Regresó a su país para no volver sino esporádicamente, en visitas casi meteóricas, para convivir con sus hijos. Lía también solía viajar con frecuencia a Estados Unidos, y de todo eso aún conserva la buena relación con su familia política cubana exiliada en ese país.

El ‘amor de lejos’ de Lía y Alberto duró más de una década, hasta que la maestra decidió separarse legalmente porque su esposo le dejó entrever que vendría a buscar a sus hijos para llevárselos a vivir a Estados Unidos. La profesora, intuitiva como siempre, contrató un abogado y se divorció prácticamente en secreto.

Mal terminó entonces la segunda historia de amor de Lía, hoy convertida en directora de una escuela de música, fundada como tributo a su hermana Ligia, pianista magistral, muchas veces invitada a Cuba como artista, y quien falleció hace poco más de dos años.

A sus 80 años de edad, Lía, abuela de tres nietos, uno de los cuales (Rodrigo, adoptado y con cinco años de edad) ‘salvó’ el apellido Maceo, en veda y peligro de extinción porque Pedro, hijo de la profesora, no tuvo descendencia, no le pide nada a nadie, ni siquiera desea volver ver al expresidente Fidel Castro; es más, no está en su mira viajar a Cuba ni como turista. Si acaso, tan sólo grita hoy, a los cuatro vientos: “¿Yo, la novia yucateca de Fidel Castro? ¡Háganmela bueennaaa!”

(Texto original publicado en Milenio Digital)

miércoles, 11 de noviembre de 2015

Un tamal yucateco nunca le cae mal a nadie: Juan Villoro

El escritor Juan Villoro, Premio Excelencia en las Letras 'José Emilio Pacheco' 2016, (Cortesía)
Eduardo Vargas
MÉRIDA, Yuc.- Subido en el tranvía de la memoria, Juan Villoro, escritor mexicano, vuelve a la tierra de sus abuelos para recordar que creció con “un Yucatán fantasmagórico”, en el que le contaron que sus antepasados lucharon por la independencia del Estado.

El no nació aquí, pero su madre y su abuela sí; de hecho, su abuela, cuando ya la familia del también periodista se había traslado a la Ciudad de México, solía gritar, cada vez que iban a salir, una arenga que ella aprendió en el puerto de Progreso:  "Vámonos… malecón y colonia!”. Era el grito del tranviario que todos los días atravesaba por su calle.
“Para mí, Yucatán es un espacio de la memoria, del recuerdo, de la leyenda… todo eso alimentó la imaginación del niño que fui”, explica el autor de Los once de la tribu, quien apenas hoy fue nombrado Premio Excelencia de las Letras 'José Emilio Pacheco' 2016, galardón que recibirá en marzo de 2016, durante la inauguración de la Feria Internacional de la Lectura (Filey)
En la entrevista, publicada en 2007 en una revista local, realizada tras ofrecer una charla en el Centro Universitario Montejo (CUM) Juan Villoro, recordó que la familia de su abuela vivió por muchos años de la nevería Milán, en el Puerto de Progreso. Su madre, Estela Ruiz Milán, se casó con el filósofo Luis Villoro, padre de Juan.
-Juan, ¿mantiene relación cercana con Yucatán… viene seguido?
-No, desgraciadamente no (vengo seguido)… aquí nacieron mi madre y mi abuela… mi abuela nació en Progreso, su familia tenía la nevería “Milán”, que todavía recuerdan algunas personas mayores. Ella (mi abuela) se fue a vivir a México y la familia se disgregó porque el hermano de mi madre se fue a vivir a Veracruz y mi madre no mantuvo mucho contacto, salvo con una parte de la familia que también se fue a la ciudad de México, los Rubio Milán. De modo que para mí, Yucatán es un espacio de la memoria, del recuerdo, de la leyenda, he venido varias veces, pero no tanto como yo quisiera.
-Pero, entonces, ¿no había algún espacio, en su hogar, que le recordara Yucatán?
-Muchísimos porque una característica de los yucatecos es que viajan con Yucatán a cuestas; el mundo yucateco es muy rico, por la cantidad de mezclas que tiene, por la especificidad, por el gusto por el idioma, la manera de hablar, la música, la comida… conozco muchos yucatecos en la Ciudad de México que todo el tiempo están rodeados de trova, comiendo salbutes y papadzules... mi abuela era así, vivía en un Yucatán exportado a la Ciudad de México, todo lo que comentaba tenía que ver con Yucatán… por ejemplo, ella, cuando íbamos a ir a algún lado, no decía solamente “¡vámonos!”, (sino que) decía: “¡vámonos… malecón y colonia!”.
Le pregunté un día qué era eso de “malecón y colonia” (y me contestó) “la dirección del tranvía de Progreso”, de cuando ella era niña, o sea, aprendimos que “malecón y colonia” era el lugar a donde íbamos, pero que nunca veíamos…
Crecí con un Yucatán fantasmagórico, que hablaban de tíos míos que habían muerto luchando por la independencia de Yucatán para separarlo del resto del país… en fin, toda una cantidad de circunstancias que creo que alimentaron la imaginación del niño que fui…
-Entonces, cuando viene a Mérida, ¿hay un sentimiento especial?
-Desde luego que sí, lo que no hay es el contacto directo con familiares, porque a los yucatecos de la familia a los que conocí fue en la ciudad de México… ya son yuca-huaches…
-¿Qué es lo especial, para usted, cuando viene a Yucatán?
-Primero que nada, me encanta la comida, mi madre viene muy seguido porque ella es psicóloga y durante mucho tiempo ha tenido pacientes en Yucatán, así que venía una vez al mes y yo conozco mucha gente amiga de ella y tengo amigos aquí… Cuando mi mamá va a hacer algún guiso yucateco viene aquí (a Mérida) por los ingredientes, o sea, es incapaz de comprar nada en la ciudad de México porque lo parece una traición,  y “eso no va a saber rico, para nada”… viene aquí a comprar pan de La Mayuquita, la naranja “china”…
-¿A usted le gusta todo eso?
-Mucho… yo creo que Yucatán entra por los ojos, por la luz que tiene… por los oídos, por la trova y por la boca, por la comida, los sentidos están totalmente activados en Yucatán…
-¿Qué platillo yucateco le gusta más?
-El queso relleno, pero ahora ya tengo problemas de colesterol… el brazo de mestiza… la cochinita, panuchos… todo… en la Ciudad de México vivo a unas cuadras de una fonda… mmmh, se me está haciendo agua la boca… bastante  buena, de comida yucateca, y cada vez que va alguien a la casa, yo compro algo yucateco; (y entonces) me dice mi esposa, que es (originaria) de Tampico: “lo que va a haber es una cosa muy distinta de comer”… y yo siempre contesto que “un tamal yucateco nunca le cae mal a nadie”…
El escritor también habló en aquella entrevista de la influencia que tuvieron escritores yucatecos como Gabriel Ramírez y Juan García Ponce.
-¿Ellos han influido en Juan Villoro?
-Desde luego. Cuando conocí Juan García Ponce me dijo: Te felicito por el buen gusto de llamarte Juan y porque tienes el buen gusto de ser medio yucateco… igual que él…
Ahora, el tranvía de la memoria ha comenzado a traer a Juan Villoro de vuelta a la escena de la entrevista: el Colegio Universitario Montejo (CUM) de Mérida, a donde la editorial Alfaguara lo invitó para que hablara sobre literatura infantil, una de sus especialidades… Juan no se ha percatado, pero el vagón se ha vaciado de gente, los últimos pasajeros lo han dejado, porque, a fin de cuentas, él, como escritor, no es más que un maquinista que, en la última estación, siempre se queda sólo…

miércoles, 18 de febrero de 2015

Las 50 sombras de… Serrat


Serrat y su otra 'mitad' musical: Ricard Miralles.
Eduardo Vargas Marín
Mérida, Yucatán

El número 50, tan de moda, se asocia generalmente a “la mitad”, a la “mediana”, a la igualdad de fuerzas, a la equidad… y uno siempre sueña con su media naranja; además, en los sentidos, se requieren dos para ser uno completo, salvo en el gusto, pues sólo hay una boca.

Por eso Joan Manuel Serrat no pudo escoger mejor año para cumplir medio siglo de carrera musical: el 18 de febrero de 1965 su voz se escuchó por primera vez en un programa de radio, en vivo, en Barcelona, cerca del mar.


Cantó una de sus primeras obras “Una guitarra”...
Ahora el amor llega. Después el amor se va. Sólo queda una guitarra y el llanto de su canto.
Desde entonces sus canciones no dejaron de sonar, aún medio de la censura, el rechazo, el boicot y el exilio que por esos años sufrió en su tierra natal, dividida a la mitad por la dictadura, y por su envidiable entereza para querer cantar en dos idiomas: español y catalán, y no quedarse sólo con la “mitad” de su lenguaje.

Llegó a México con todo y familia, incluidos sus músicos a quién él consideraba parte de ella, y durante prácticamente un año recorrió el país; por supuesto, pasó por Mérida, una ciudad que aún dormía “bajo un sombrero” de palma.

En estos 50 años de canto, Serrat volvió varias veces a nuestro país, e incluso uno de sus discos emblema -Serrat, en directo- tiene parte de los recitales que ofreció “a mitad del país”, en el corazón de la patria, pues…

Pero La Ciudad Blanca -mote que nos lleva, sin escalas, a los “pueblos blancos” de España- como la fiel Penélope, tuvo que esperar años -unos 30- para que Joan Manuel regresara; el lleno en el teatro hoy llamado Armando Manzanero no fue noticia para una ciudad que lo esperaba apenas a unos pasos de “los ‘sauces’ de la Plaza Mayor”.

El reencuentro fue inolvidable, porque aquella noche el reloj se detuvo por dos horas; fue como volver de un exilio, a donde uno se va involuntariamente, así los narra una de las crónicas del recital que puedes leer completa aquí.

Caprichoso como es el azar, decidió que  el 18 de febrero de 2015, es decir, hoy, cayera a mitad de semana, en medio de un bombardeo publicitario que repite hasta el cansancio el número 50 por un película que pronto se olvidará porque es sólo memoria visual.

Porque, para trascender, -y eso Serrat lo sabe- es necesario recrear todos los sentidos: vista, tacto, olfato y oído, cada uno al 50 más 50 para que sea completo… y sólo uno que se basta por sí mismo, porque sólo una boca tenemos, porque sólo es un cantante, sólo una voz y, por ende, un sólo sentido: el gusto…

Más datos en jmserrat.com

La noche en que volvimos de tu exilio, Serrat


Joan Manuel Serrat volvió a Mérida, luego de más de 30 años de ausencia, pero no de olvido. (Rodrigo Tapia)
Eduardo Vargas Marín
Alcancé a ver que la fila de gente doblaba la esquina e imaginé que era la de los pasajeros a punto de subir a aquel primer tren que esperaba la fiel Penélope, pero la realidad me sacó a empujones de mi casa cuando Joan Manuel Serrat apareció caminando por la calle 62 de Mérida.

El Nano, rodeado de protocolo comitiva y seguridad, entró, esa noche del 29 de octubre, al Teatro Mérida (1) por la puerta principal, sin más ni más, como cualquier mortal.

Los de la fila no eran amigos que iban a verlo de dos en dos, de mes en mes y de 6 a 7… por su vestimenta parecían más la aristocracia del barrio, lo mejor de cada casa…

Seguramente entre ellos había alguna Muchacha Típica, alguna Lucía, alguna Marta, La mujer que yo quiero y ¿por qué no? el Benito y El Españolito, todos guardando cola y revoloteando por ver al cantautor español...

Eran unas mil 200 gentes de mil raleas que, en menos de 30 minutos y, tras hora y media de esperar para que abrieran paso, abarrotaron el teatro y comenzaron su Fiesta poco antes de que den  las 10: Las 21:18  marcaba el reloj municipal, cuando Ricard Miralles –el director musical de Serrat- apareció en la escena, se sentó al piano, tocó algunos acordes y -primero de frente y luego de espaldas- recibió la primera ovación de la noche…

Su imagen me recordó a El Titiritero que va  de aldea en aldea y que, siempre risueño, canta sus sueños y sus tristezas…

Un minuto después, un Serrat de mezclilla y camisola gris se acercó al público a saludar y aprovechó para recibir la fuerte ovación, las “palmas yucatecas” –así las bautizó- como si estuviera frente a Curro El Palmo que sigue dando palmas.

Tomó su guitarra y, sin mediar palabra, sino sólo unas cuantas señas para su ingeniero de sonido, nos regaló su carta de presentación: Cantares

No pudo haber iniciado con otra: comenzó a dejar estelas en la mar de aplausos y loas de aquella histórica noche de su regreso, tras casi 33 años de ausencia voluntaria, desde la última vez que pisó Mérida, en 1975, durante una gira que realizó por Latinoamérica.

Esa primera vez, Serrat vino a Mérida, Yucatán, casi como un gitano porque el exilio del régimen franquista, que le duró 11 meses, lo obligó a andar a salto de mata, en una caravana de músicos y familiares, con quienes recorrió el continente y, por supuesto, México.

Joan Manuel Serrat, en Teatro Mérida, en 2008 (R. Tapia)
Y, sin embargo, no fue él quien volvió sino nosotros: regresamos del exilio con la décima canción del concierto: Mediterráneo; nos llevó de vuelta a Barcelona, su ciudad natal, a buscar a aquel primer amor que duerme escondido tras las cañas

Nos subimos a la grupa con el caballero del honor, con ese Quijote de guitarra y vaqueros, y comenzamos a vivir una de esas ocasiones en que uno es feliz como un niño cuando sale de la escuela, a pesar de que la mayoría de los ahí presentes, en promedio y salvo excepciones, rebasábamos los treinta.

Las notas de De vez en cuando la vida arrebataron el aplauso e hicieron temblar de alegría en el instante en que las lágrimas empezaron escaparse de las atónitas miradas…

Entonces, Serrat nos cantó Tu nombre me sabe a yerba para devolvernos el ritmo alegre a esos artefactos, bestias, hombres y mujeres que acudimos a escucharlo.

Con esas primeras canciones, Serrat parecía decir: “Yo me manejo bien con todo el mundo”, porque, para cada persona ahí presente, tenía una canción; por eso La Bella y el Metro fue sólo el principio, la envoltura del regalo: adentro había recuerdos y Aquellas pequeñas cosas como Disculpe el señor, El Horizonte, Hoy puede ser un gran día, Es caprichoso el azar, que conmovieron a más de uno…

Ahí fue cuando, Juanito, tomaste tu guitarra y a golpe de uñas, de tú a tú, y a sabiendas de que entre tus escuchas había muchos cachorros de buenas personas, cantaste entre esos tipos y yo hay algo personal.

Sólo tú podías, como lo hiciste, incomodarlos con esa verdad hecha canción… y sólo tú podías, de frente a un público todavía conservador –sobre todo por el promedio de edad-, decir “puto” o “pendejo” e incomodarlos al grado de provocarles risitas nerviosas, mientras contabas el preludio de La Mala Racha

Sólo tú podrías decirles a la cara que tu relación con tu eterno acompañante Ricard Miralles era como un matrimonio pero sin sexo.

Rascaste en las cuerdas de tu guitarra las primeras notas para los grandes ausentes: Esos locos bajitos que probablemente esa noche estaban en casa, encargados con el vecino o con algún pariente, dormidos bajo el cuidado de alguna nana de la cebolla.

Y también le hablaste a la Señora para gritarle de nuevo a los cuatro vientos: “¡soy casi un beso del infierno, pero un beso al fin!” y confesaste que –como a Mérida- a esa suegra la tenías olvidada, porque los años te habían robado esa ilusión de no ser un buen yerno y que la habías guardado hasta ese 29 de octubre de 2008 para reestrenarla con nosotros…

En ese arranque de sinceridad, nos llevaste al terreno de la imaginación para contarnos musicalmente la historia de Joana: ella nació del “hubiera” -que no existe sino en la lengua.
Nos confesaste que tu madre (Angeles, ésa que crió canas pespunteando pijamas) tuvo una fe tan grande en que nacerías mujer que tus primeros años de vida te vistió de color rosa, porque de ese color había acumulado la ropa…

A lo mejor de ahí surgió esa inquietud tuya por venerar al sexo opuesto con una canción como ésa…

Y tal vez también ahí nació tu inclinación por cantarle a todas las mujeres: a la que fue amada (No hago otra cosa que pensar en ti), a la que no amaste, pero que te gustaba (Me gusta todo de ti, pero tú no) o a la fue abandonada y se quedó, con sus zapatitos de tacón, sentada en la estación (Penélope)…

Acompañado de esa mujer que paró su reloj infantil una tarde plomiza de abril nos dijiste adiós, pero antes del primero de tres regresos al escenario, luego de despedirte, el público te hizo sentir más corazones que arenas en tu pecho porque la ovación fue mayúscula ante esos versos de Para la Libertad, de Miguel Hernández…

Sacaste un poco “de los restos del naufragio de tu formación cristiana” para tomar no las palabras del Jesús del madero sino del que anduvo en la mar, y darnos tu propia versión con Bienaventurados los adictos a emociones fuertes como lo fuimos esa noche… van dos…

Y tres: el reloj nos dijo que llegó el final de una noche en que cada uno se olvidó que cada uno es cada cual. Tras una larga, última, ovación de gente con los ojos vueltos lágrimas y con la resaca (emocional) a cuestas, el pobre volvió a su pobreza y el rico, a su riqueza en esa noche que hiciste tuya, como la noche de San Juan… 

Sí, ¡de San Joan!

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(1) El teatro se llama hoy día "Armando Manzanero"

(El texto está adaptado para este sitio web. El original fue publicado en la revista Mérida Viva, en 2008)

sábado, 14 de febrero de 2015

14 de febrero de 1974, el día sin amor (video)

Retrato de Efraín Calderón Lara, alias Charras, en el Centro de Estudios que lleva su nombre, en Mérida.
Eduardo Vargas Marín
Mérida, Yucatán

A Charras lo mató el odio en el Día del Amor, hace exactamente 41 años, y su muerte caló aún más porque ya estaba comprometido para casarse con Lupita, quien, para hacer aún más trágica la historia, era su novia de siempre: se conocieron cuando eran niños.

Pero no fue sino hasta que el escritor Hernán Lara Zavala decidió renunciar a lo que había sido, hasta ese momento su 'pasión' literaria, escribir cuentos, que el nombre de Efraín Calderón Lara, 'Charras', quedó inmortalizado en un libro.

No fue 'Charras', primera novela de Hernán Lara, una epopeya romántica, sino cruda y por dos razones: el escritor tuvo que hacer un lado la ficción y entrar de lleno a la investigación, al reportaje, y tuvo que revivir el dolor de aquellos días cuando se enteró de la muerte de alguien de su propia sangre.
La última edición de 'Charras', novela en la que Hernán Lara Zavala mira a fondo las últimas horas de Efraín Calderón
Sin duda, Hernán tuvo que caminar sobre esa cuerda floja que divide el trabajo de la vida personal y prácticamente lo convirtió en un trapecista del oficio más bello del mundo.

Los desparecidos en México: Mario y la historia entre sus huesos llega a Yucatán

Aunque la herencia de Efraín Calderón Lara, alias Charras, está prácticamente olvidada, quienes aún lo recuerdan ven en la recién terminada huelga de la Universidad Autónoma de Yucatán (Uady), las huellas de la lucha sindical que emprendiera hace más de 40 años.

Con las debidas proporciones, porque entonces, a media década de los 70, las huellas fueron de balas incrustadas en los muros del edificio central, producto de choques entre policía y estudiantes cuando las protestas se elevaron de tono, tras la desaparición de quien se había convertido en defensor de las causas justas.
Efraín Calderón Lara, cuando aún no era Charras.

Pero de aquella lucha, la de 1974, no queda ni siquiera lo que alguna vez existió: el teatro universitario fue bautizado como "Efraín Calderón Lara"; hoy el recinto se llama "Felipe Carillo Puerto".

Lara Zavala todavía en 1997, 23 años después del cruel asesinato de Charras, cuando el escritor vino a Mérida para charlar en un coloquio sobre Juan García Ponce, recordaba, en entrevista con el periódico Novedades de Yucatán, lo fresco que aún estaba en la memoria familiar la vida y obra del extinto líder estudiantil.

Entonces, el escritor no tuvo miedo de catalogar el crimen de Charras como un asesinato político que antecedió a otros tantos (Luis Donaldo Colosio, José Francisco Ruiz Massieu o Juan Jesús Posadas Ocampo) que en dos o tres años antes había descompuesto al país entero.

Habló también de cuándo fue la última vez que vio al Charras, y de qué fue lo último que charlaron, de cuando Efraín le confesó que estaba a punto de casarse… (Lee  aquí la entrevista completa con Novedades de Yucatán).

Con el pasar de los años, el libro “Charras” dejó de ser la única novela de Lara Zavala, pero no por eso menos entrañable, aun cuando no recibió los reconocimientos que "Península, Península" se granjeó desde que comenzó a circular.

Una noche, Hernán, tras presentar el libro ‘Una escritura tocada por la gracia’ de su paisano Justo Sierra Méndez, se sorprendió gratamente cuando una mano conocida le acercó el libro de “Charras”.

El lector quería una dedicatoria y el escritor prácticamente dejó todo lo estaba haciendo para escribirla.

Ahí, en la tierra que lo vio nacer, al igual que a su primo, Charras volvió a aparecerse. (La entrevista para Novedades de Campeche puedes leerla aquí).

Sin duda, al cumplirse hoy un aniversario luctuoso más de Efraín Calderón Lara, lo que no ha pasado de moda es el libro, hecho fundamentalmente a golpes de corazón, ese que no conoce de horarios ni de catorces de febrero ni de años: late exactamente igual todos los días...

De memoria

  • Efraín Calderón Lara es originario de Hopechén, Campeche.
  • Su fama pública cobra fama cuando, como estudiantes de Leyes de la Universidad de Yucatán, se involucra en la lucha por la defensa de trabajadores de varias empresas grandes.
  • Fue secuestrado el 13 de febrero de 1974 y asesinado al día siguiente, el 14 de febrero.
  • Por el homicidio fueron procesados varios funcionarios públicos incluido el director de Seguridad, José Felipe Gamboa Gamboa.
  • El asesino material fue el teniente coronel Francisco Pérez Valdez, quien purgó pena por el asesinato.
(Las fotos que ilustran este texto están exhibidas en el Centro de Estudios "Efraín Calderón Lara", en Mérida, calle 38 por 35 y 37, colonia Jesús Carranza)

Quiero morir en Campeche: Hernán Lara Zavala


Hernán Lara Zavala (centro) se autodefine como un escritor 'enfermo de anglofilia' (Novedades de Campeche)
América García/Eduardo Vargas
San Francisco de Campeche, Campeche

Rojo, el sol en su piel…
Gris, el tiempo en sus cabellos…
Negro, el mar en sus ojos…
Las campanas de catedral, en sus oídos…
… Y Justo Sierra –en el libro “Una escritura tocada por la gracia”-, entre sus manos…
Se trata de un escritor “peninsular” –como él mismo se autocalifica: Hernán Lara Zavala, de raíz chenera y a quien Campeche no deja de sorprenderlo a pesar de sus constantes viajes…
Al final de una ponencia sobre el chenero Justo Sierra, otro libro asalta el baúl de sus recuerdos y exclama, sorprendido ¡Charras! y se inclina en la mesa para escribir la dedicatoria en una página de un ejemplar del libro que durante casi 20 años fue su única novela… “Prefiero publicar poco a arrepentirme mucho”.
Sentado en un espacio de Casa Seis, expresa que el lugar lo remonta a tiempos pasados que no vivimos, que hacen reflexionar sobre cómo era la vida en otras épocas…
Y es que cuando Hernán viene a Campeche se transforma, “tanto como para algún momento poder refugiarme aquí para llegar a la recta final con paz y tranquilidad”, para envejecer con dignidad, sin las presiones a las que somete una ciudad.
Su amor por esta tierra y su mar es tal que siempre pide hospedarse en el 4º piso del hotel Baluartes, “porque desde ahí, con la vista al mar, me parece que estoy en un barco… ya no se aprecia la tierra”.

-¿Se considera más campechano que yucateco?
-Pierdo mis orígenes en Hopelchén… mis bisabuelos, mis tatarabuelos, todos son de ahí. A veces me preguntan que si soy español y yo respondo, ‘soy peninsular, pero no de la Península Ibérica, sino la de Yucatán’…

Mi mamá nació en Mérida y por eso me siento de los dos lados, y yo pediría que también ya se quiten esos atavismos Yucatán y Campeche, sin divisiones de territorio… que muy inteligentemente hizo Benito Juárez por la pugna que existía entre las dos ciudades que siempre estaban peleando el poder; lo hizo muy bien porque se acabaron las separaciones del resto de la República.

-Le apasiona escribir sobre Campeche...
-Escribí sobre la Guerra de Castas, sobre “Charras” -sobre los movimientos sindicalistas independientes- me faltaría definitivamente algo relacionado con la Revolución Mexicana en la Península de Yucatán y eso es parte de una tarea que les debo -como dicen los chavos- ‘una materia pendiente’.

En el caso de la Guerra de Castas; mi padre siempre me dijo ‘hay muchas cosas interesantes, que tú tienes en cierto modo obligación –como escritor- de tratar de recuperar, no porque fueran penosas, trágicas, sino porque son dignas de que un novelista las aborde’.

-Durante muchos años “Charras” fue su única novela, ¿No es poco una novela para un escritor?
-Realmente sí, aunque inicié como cuentista. Hasta hoy tengo dos novelas… los libros de ensayo que para mí son muy importantes y mis crónicas de viaje… prefiero publicar poco que arrepentirme mucho… voy publicando y, cuando menos en intención, siempre trato de ser mejor… Tengo siempre la oportunidad, en mis cuentos, de salirme siempre hacia otros territorios; viene por cierto una nueva edición de De Zitilchén, primer libro que tenía un poco la estructura de novela porque (los textos) se interrelacionaban. La primera edición eran 9 cuentos, la segunda, 14 y ahora vienen unos 21.

-¿Tiene “Charras” algún significado especial?
-Sí porque en “Charras” se mezclan varias cosas: primero, mi origen peninsular, por qué soy como soy, quiénes eran los míos, etc., Otra parte es tratar de reivindicar a ciertas figuras del libro.

-¿Qué trabajos prepara Hernán Lara en estos momentos?
-En julio publicaré un libro de cuentos que se llama el Guante Negro. Como ya dejé mis actividades administrativas en la UNAM, tengo plena libertad de trabajar en lo que a mí me gusta. Escribí una obrita de teatro relacionada con la Península y me gustaría que se estrenarla en este año en la conmemoración del Centenario y Bicentenario, aunque no está estrictamente relacionado con eso.

-Sabemos que se inspiró en Inglaterra para preparar una nueva obra…
-Sí, en “Guante Negro” vienen tres novelas cortas que tienen que ver con Inglaterra, son ficciones, pero el escenario es Inglaterra, los personajes son ingleses y lo que hago es jugar con la ambientación. No es estrictamente una novela sino cuentos que están relacionados a través de tres temas fundamentales: arte, religión y erotismo… 

La imaginación atrae ciertos temas, ciertas obsesiones y yo estudié letras inglesas y padezco una enfermedad muy grave que se llama ‘anglofilia’, que quiere decir amor a los ingleses (ríe), pero no como personas sino sus producciones literarias, ellos han dado más a las letras del mundo que ningún otro país sin ningún bache… y también me gustan las ciudades.

Hernán ha contestado todas las preguntas y ahora accede a tomarse fotos con algunos lectores, al tiempo que apura su copa de vino; ese último trago será, probablemente, el inicio de una velada más en esta cálida tierra que no es sino el muelle del barco (el hotel Baluartes), en cuyo 4º piso -su “camarote”- la vista al mar le dará la certeza de que el tiempo lo traerá de vuelta, aunque eso implique que su piel vuelva a quedar roja por el sol, que el tiempo pinte más su cabello de gris y que el negro mar en sus ojos sea lo último que el escritor vea…

(El texto original fue publicado en el periódico Novedades de Campeche en 2010)